miércoles, 27 de febrero de 2013

Reflexionando tras el I Congreso Mediterráneo de Yoga en Valencia


Cuando comencé mi andadura profesional en el mundo del Yoga fui consciente de la necesidad de difusión de esta disciplina desde dos perspectivas muy claras.

La primera era la independencia de una corriente definida de pensamiento y de un linaje. Entiendo que el yoga es un árbol con muchas raíces de las que se alimenta.

La segunda perspectiva era la oportunidad de que en un mismo espacio compartieran experiencias y demostraciones desde los más veteranos de nuestro país hasta los más recientemente incorporados, dado que el Yoga es el triunfo de la igualdad absoluta, pues en el mundo del espíritu se desconocen las castas y las categorías.

Desde mi perspectiva un profesor que acaba de abrir un centro modesto de barrio o que imparte clases gratuitas para los ancianos de una residencia de la tercera edad se encuentra al mismo nivel que un gran Swami de un afamado ashram de la India.

Desvestido de prejuicios, he aprendido muchas cosas. Aprendí que solo hablan de su prestigio quien carece de este. Que no hay bueyes sagrados, sino personas. Y que el maestro debe ser superado por su alumno.



Cuando comencé con los congresos de yoga me juré a mí mismo que las oportunidades que yo no había recibido se las tendería a todo aquel que se acercara con el corazón abierto y con un proyecto coherente. Con este último congreso de la ciudad de Valencia han sido ya 200 escuelas y 10.000 visitantes.